El lunes 25 de mayo, a las 19:30 en la Biblioteca Regional Joaquín Leguina,
C/ Ramírez del Prado 3.
viernes, 22 de mayo de 2009
Desierto
Y qué más da. La vida es así; y basta.
Cielo negro y suelo imantado en dunas de asfalto.
Y qué más da si el viento escuece en los pulmones; si es demasiado denso.
Qué más da si duele en los ojos o escuece en las mejillas la rabia contenida de los siglos.
Qué más da que todo quede lejos y fuera al otro lado del mundo y de mis dedos.
Qué más da que el grito se me instale en la garganta y la angustia haga su reino en mis costillas.
Qué importa que tu espalda quede lejos...
Si ya no tengo voz para llamarte; ni aliento que recuerde que estoy viva.
Cielo negro y suelo imantado en dunas de asfalto.
Y qué más da si el viento escuece en los pulmones; si es demasiado denso.
Qué más da si duele en los ojos o escuece en las mejillas la rabia contenida de los siglos.
Qué más da que todo quede lejos y fuera al otro lado del mundo y de mis dedos.
Qué más da que el grito se me instale en la garganta y la angustia haga su reino en mis costillas.
Qué importa que tu espalda quede lejos...
Si ya no tengo voz para llamarte; ni aliento que recuerde que estoy viva.
Desnúdame
Desnúdame.
Desnúdame de alma para arriba y de cuerpo para abajo.
Quítame todas las capas, hasta llegar a mi piel desnuda.
Desnúdame despacio. Sin que lo note. Poco a poco. Que no duela.
Desnúdame aunque me queje, aunque te ruegue que no lo hagas;
aunque llore, aunque grite, aunque me escape.
Desnúdame.
Arranca mi abrigo de palabras impermeables para que la lluvia vuelva a estar fuera de mí.
Desnúdame de sus besos. Baja lentamente sus huellas dactilares por mi espalda, para que sus caricias caigan y dejen al descubierto mi piel.
Quita los sueños de encaje que están más dentro de mí; y verás partes de mi alma que nunca han visto las nubes.
Desnúdame los vidrios de los ojos, endurecidos de angustia, para que pueda llorar lágrimas nuevas.
Y cuando ya esté desnuda, cuando comience a temblar...
Bésame. Bésame frenéticamente. Con deseo. En cada rincón de mi cuerpo recién nacido.
Bésame con ansia. Que note tus labios cálidos. Para saber que aún existe algo que es de verdad.
Y después, muérdeme.
Muérdeme con fuerza. Hasta que sangre.
Para olvidar que me dolía el alma y ser tuya durante la eternidad de este segundo.
Desnúdame, bésame, muérdeme.
Pero luego calla. No digas nada. Porque a veces, con demasiada frecuencia, las palabras duelen al mentir.
Desnúdame de alma para arriba y de cuerpo para abajo.
Quítame todas las capas, hasta llegar a mi piel desnuda.
Desnúdame despacio. Sin que lo note. Poco a poco. Que no duela.
Desnúdame aunque me queje, aunque te ruegue que no lo hagas;
aunque llore, aunque grite, aunque me escape.
Desnúdame.
Arranca mi abrigo de palabras impermeables para que la lluvia vuelva a estar fuera de mí.
Desnúdame de sus besos. Baja lentamente sus huellas dactilares por mi espalda, para que sus caricias caigan y dejen al descubierto mi piel.
Quita los sueños de encaje que están más dentro de mí; y verás partes de mi alma que nunca han visto las nubes.
Desnúdame los vidrios de los ojos, endurecidos de angustia, para que pueda llorar lágrimas nuevas.
Y cuando ya esté desnuda, cuando comience a temblar...
Bésame. Bésame frenéticamente. Con deseo. En cada rincón de mi cuerpo recién nacido.
Bésame con ansia. Que note tus labios cálidos. Para saber que aún existe algo que es de verdad.
Y después, muérdeme.
Muérdeme con fuerza. Hasta que sangre.
Para olvidar que me dolía el alma y ser tuya durante la eternidad de este segundo.
Desnúdame, bésame, muérdeme.
Pero luego calla. No digas nada. Porque a veces, con demasiada frecuencia, las palabras duelen al mentir.
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