Desnúdame.
Desnúdame de alma para arriba y de cuerpo para abajo.
Quítame todas las capas, hasta llegar a mi piel desnuda.
Desnúdame despacio. Sin que lo note. Poco a poco. Que no duela.
Desnúdame aunque me queje, aunque te ruegue que no lo hagas;
aunque llore, aunque grite, aunque me escape.
Desnúdame.
Arranca mi abrigo de palabras impermeables para que la lluvia vuelva a estar fuera de mí.
Desnúdame de sus besos. Baja lentamente sus huellas dactilares por mi espalda, para que sus caricias caigan y dejen al descubierto mi piel.
Quita los sueños de encaje que están más dentro de mí; y verás partes de mi alma que nunca han visto las nubes.
Desnúdame los vidrios de los ojos, endurecidos de angustia, para que pueda llorar lágrimas nuevas.
Y cuando ya esté desnuda, cuando comience a temblar...
Bésame. Bésame frenéticamente. Con deseo. En cada rincón de mi cuerpo recién nacido.
Bésame con ansia. Que note tus labios cálidos. Para saber que aún existe algo que es de verdad.
Y después, muérdeme.
Muérdeme con fuerza. Hasta que sangre.
Para olvidar que me dolía el alma y ser tuya durante la eternidad de este segundo.
Desnúdame, bésame, muérdeme.
Pero luego calla. No digas nada. Porque a veces, con demasiada frecuencia, las palabras duelen al mentir.