Acabo de volver de un sueño de principios de otoño y caricias de agua.
Era un sueño donde estaban mis amigos, los de siempre, los que reparan los versos de mis alas cuando me caigo. Junto a ellos, junto a nosotros, aparecían palabras nuevas, y dibujos, y música que iban fortaleciendo el armazón de mi cuerpo para volar más alto.
El sueño tenía todas las coordenadas que asociamos a las cosas reales. Espacio: Café Doré, en la calle Torrecilla del Leal. Tiempo: Dos horas, de 18:00 a 20:00, el primer domingo de cada mes. El sueño tenía planes y conciencia de continuidad, tenía risas y vino, tenía ganas de ser sueño.El sueño tenía varios nombres: Carmen, Ricardo, Rocío, Miguel Ángel, Jorge, Irene, Cristina, Mariano, Víctor y Begoña.
Antes de despedirnos, me he escuchado decir: “esta es mi vida” y alguien me ha dicho que no, que es tan sólo una parte de ella.
Ahora estoy en casa, acurrucada en el calor mientras fuera sigue lloviendo. Mientras escribo, el resto de mi vida deambula por la casa y otra parte, más oscura, amenaza con la llegada del lunes. Y yo sigo pensando: “esta es mi vida”.
Hace un par de meses, escribí “dime cómo vences el gris de cada día y te diré quién eres”. Y yo me agarro a mis versos de agua, a mis planes etéreos, a mis ganas de comerme el mundo. Y mis amigos, los que me remiendan las alas, me repiten que puedo hacerlo y refuerzan mis versos con rima asonante, con dibujos de silencio y melodías de piano. Y yo, llego a casa y me acurruco en unos brazos a los que cuento cómo vamos a remontarnos a las nubes. Y, entonces, la mañana del lunes deja de importar y, en lugar de ser una carrera de obstáculos contra el Lindo Pulgoso, es sólo un cuento de Poe, una ilustración de Valeriano Bécquer y una conversación agradable con un montón de gente que quiere aprender.
Así que sí, esta es mi vida. Porque hay sueños que hacen vivir y este es uno de ellos.
Muchas gracias.