Este verano he conocido a una sirena. Me he bañado con ella y he saltado con los delfines por encima de las olas (cuando las olas te empujan, el viento te acaricia la cara y parece que vuelas).
Este verano me he reencontrado con los duendes que dan sentido a todo lo que pasa y que, año tras año, me recuerdan la esencia de sal que respira en mi alma.
He volado un poco, he reído mucho y he dejado que esa pátina dorada que deja en la piel el descanso fuese cubriendo todos los pliegues de mi cuerpo.
Quería volver y escribir algo bonito acerca de la arena plateada, del cabo del fin del mundo.
Sin embargo, esta mañana una esquina de asfalto me ha robado las palabras y el oro ha empezado a desvanecerse bajo la luz mortecina de una lámpara. Aquí no se puede bailar sobre la espuma. Septiembre cada vez tiene menos sentido.