Casi siempre llevo connmigo un diario en el que anoto todas las impresiones de las cosas que pasan a mi alrededor. Esta vez, he pensado que me gustaría compartir esas impresiones con vosotros y, así, sentiros cerca ahora que me siento lejos. Aquí está la primera entrega. Continuará...
23 de junio de 2011
Encontrarse sola en la estación de tren de una ciudad que no es la tuya, cuando el sol ya se ha ido a dormir junto a los taquilleros que deberían ser capaces de darte una solución o un consuelo, no es una experiencia bonita. Como no lo es que tu avión llegue tarde y el autobús se haya marchado y te encuentres en medio de la nada sin saber a quién pedir ayuda y previendo ya la oscuridad y el frío de una estación de tren en la noche. No, no es una experiencia bonita, ni la mejor forma de empezar un viaje; así que voy a suprimir el pasaje de las lágrimas y el miedo para centrarme en el asunto principal de esta historia: “cómo un libro, de nuevo, me salvó la vida”. Era un libro recién regalado, entre cuyas páginas llevaba la flor malva que le sirvió de envoltorio y un trébol de cuatro hojas. Empecé a leerlo en el tren que me llevaba de “en medio de la nada” a Garé de Nord y uno de los primeros temas que trataba era: “¿Qué es un problema?”. Uno de los personajes comparaba el problema con una puerta que se encuentra en tu camino y cuya llave necesitas encontrar para poder seguir adelante:
- -¿Y todos son capaces de abrir la puerta?
- -Si estás convencido de que puedes hacerlo, lo más probable es que lo consigas. Pero si crees que no puedes, es casi seguro que no lo lograrás.
Seguía hablando de cómo los problemas resueltos ayudan a crecer y nos enseñan cosas. Algo de eso debía de quedar en mi mente cuando llegué a Garé de L´Est y mi tren se había marchado sin mí.
Como lo prometido es deuda, voy a suprimir el pasaje de las lágrimas y la angustia hasta que encontré un hotel donde pasar la noche.
La cuestión es que el amanecer siempre llega. Y, al día siguiente, a las siete de la mañana, estaba ya en mi nuevo tren, camino a Nancy, con un café con leche y mucha azúcar, música de fondo y mi libro entre las manos. Seguía hablando de amor, de ternura, de amistad…mientras el sol iba subiendo y yo entreveía los campos verdes del este de Francia.
Cuando las fuerzas me lo permiten, me gusta intentar ver qué hay de bueno detrás de algo malo, cuál el sentido de que pasen algunas cosas, qué es lo que se puede aprender de este problema… Esta vez, un amanecer agradable, un poco de música y, sobre todo, un libro me hicieron fácil el verlo. El libro era “El regreso del Jóven Príncipe”. No puedo compararlo a “El Principito”, porque el niño del pelo de trigo es incomparable, pero es el libro que, en esta ocasión, me salvó.