Luz naranja y palomitas de colores.
Nos sentamos en el sofá y jugamos,
como niños,
mientras la ciudad se congela ahí fuera.
Al compás de la risa, algo se derrite por dentro y
libera olores de musgo húmedo y madera crepitante,
de ocaso suave
y lento
como una hoja ocre que se desprende.
En estas tardes azules de domingo
hay algo que me lleva muy lejos.
Calor naranja que, a veces,
me desborda los ojos.