Me ha pedido la poeta, editora y amiga, Noemí Trujillo, un texto sobre la importancia de la imagen de marca del escritor. La verdad es que me ha costado un poco escribirlo, pero, por fin, ha salido y, como siempre, me apetece compartirlo con vosotros.
Mil besos
Martín
Poni Micharvegas, gran poeta argentino y amigo, tiene un poema, una
“parajoda” que dice:
El editor compungido se queja: “La poesía no se vende”. Y
el poeta orguyoso [sic] replica: “No! No
se vende! La poesía no se vende!”.
Llevo
unos días dando vueltas al tema de la imagen de marca del escritor y no se me
ocurría nada inteligente que decir. Pensaba: “Debo de ser una escritora un poco
rara, porque nunca se me ha ocurrido que tuviera que crearme una imagen
particular como escritora. ¿Qué imagen tiene que dar un poeta? Me temo que soy
poco intelectual para el estereotipo (hago lo que puedo con el intelecto, pero
no me he preocupado mucho de vincularlo a mi aspecto o a unas respuestas
suficientemente cortas y enigmáticas), tampoco soy suficientemente excéntrica
(un poco rara sí, lo acepto, pero excéntrica lo que se dice excéntrica…)”. El
caso es que muchos de los poetas que conozco tampoco llevan un cartel en la
cara que diga que son poetas…algunos han fijado una imagen y, probablemente,
les vaya bien, pero no sé hasta qué punto se vincula sólo a su actividad de
escritores…
Como
esta mañana seguía sin tener grandes ideas, he sido un poco tramposa y me he
leído el texto de Anna Rossel sobre el tema y, gracias a ella y a Poni, creo
que he encontrado la respuesta.
En
efecto, lo de la imagen de marca de un escritor no me decía nada porque yo no
me siento algo que otro tenga que comprar. Porque la poesía no se vende…en
ninguna de las acepciones y, probablemente, el que no se venda en la más
prosaica de todas las acepciones es la que hace que los poetas, al menos los
que no estamos en el panteón, al menos yo, no nos preocupemos tanto de esa
imagen de marca. Pero, la verdad es que no me siento muy cómoda como portavoz
de otros, así que voy a hablar solo en primera persona. Yo no vivo de la
poesía…bueno sí, pero no de la que escribo yo, sino de la escribieron otros y
yo estudio. Como poeta, mi meta no es vender muchos libros (¡ojalá!) y, cuando
escribo, no pienso en lo que más va a vender. Escribo para transmitir algo,
escribo porque es una forma de vivir (la mía), y me encantaría que mis versos
movieran un poquito a alguien por dentro (como a mí me han movido los versos de
tantos otros). Esa es la razón de los libros. Cuando escribo soy yo, desnuda de
artificios, así que, aunque me guste ponerme mona para ir a un recital o a una
presentación, la que está ahí, debajo del maquillaje o el vestido (que
intentaré que sea lo más “yo” posible), sigo siendo yo. Creo que mi poesía es
bastante transparente, bastante fácil, por eso, cuando tengo que dar “imagen”
intento que sea igual.
Tengo
una casa con paredes de color malva, un sofá rosa, cientos de peluches, miles
de fotografías y millones, billones de libros. Intento que en cada rincón de mi
casa huela a mí y que el que la visite sepa un poquito más cómo soy. Lo mismo
me pasa con los versos y lo mismo con la imagen. Lo que pretendo es que el que
me vea sepa un poquito cómo soy (por dentro, que es lo que importa). Así que
pienso poco en la imagen que debería dar si fuese una marca y tuviese que
vender mucho. Porque no lo soy. Soy profesora de literatura y de eso vivo. Soy
poeta y esa es mi forma de vivir y de sentir, tenga la imagen que tenga.
Así
que me parece que, después de darle tantas vueltas, seguiré cuidando de mi imagen
porque “mens sana in corpore sano”, pero no dedicaré más tiempo a pensar cuál
sería la mejor imagen de marca. Así soy yo, señores y señoras, y ojalá a alguno
le guste porque sí.